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Cyrulnik, Boris Me acuerdo El exilio de la infancia Gedisa,2010. 80 p. 978-84-9784-527-4, Cód. 100590, $260 Colección: Psicología / Resiliencia.
"En aquel momento de mi historia, estaba en mitad de una lucha por la supervivencia. Mí día a día, era contar los corderos, no decir mi nombre, protegerme, sobrevivir. Los sueños de porvenir aparecieron más tarde, desde que tuve una estructura afectiva, una familia de acogida, un armazón estable. Hace sesenta y cuatro años que no he podido decir nada, es la primera vez que lo hago".En las líneas conmovedoras de esta "confesión" muy personal, Boris Cyrulnik evoca su infancia, su arresto, su fuga y sobretodo la desobediencia hacia los hombres y las ideas. En búsqueda de su pasado, el autor confronta sus recuerdos con la realidad de los lugares, con las palabras de las personas que estuvieron junto a él en aquellos momentos. Dejando atrás las simples circunstancias de una vida particular, el autor nos adentra en la exploración de los recuerdos más recónditos. Frente al horror, el espíritu se protege, nos protege de la locura. Cuando no lo hace, se produce la caída. En este pequeño libro, Me acuerdo..., con un estilo oral, "en caliente", Boris Cyrulnik, de manera excepcional, nos habla de él, de los acontecimientos dramáticos que sufrió cuando era niño y, una vez más, sin ningún "pathos" pero con una lucidez esclarecedora, nos da una magnífica lección de vida. Boris Cyrulnik. Nacido en Burdeos en 1937 en una familia judía, sufrió la muerte de sus padres en un campo de concentración nazi del que él logró huir cuando sólo tenía 6 años. Tras la guerra, deambuló por centros de acogida hasta acabar en una granja de la Beneficencia. Por suerte, unos vecinos le inculcaron el amor a la vida y a la literatura y pudo educarse y crecer superando su pasado. No es ni mucho menos gratuito que el Dr. Cyrulnik haya indagado tan a fondo en el trauma infantil: con siete años vio cómo toda su familia, emigrantes judíos de origen ruso, eran deportados a campos de concentración de los que nunca regresaron. "No es fácil para un niño saber que le han condenado a muerte". Era el típico caso perdido, un "patito feo" condenado a llegar a la edad adulta convertido en un maltratador, un delincuente o un tarado.
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